Héctor Pinto y Vladimir Bigorra, la actual dupla técnica de la "U", se conocieron hace 30 años,
con varias canas y kilos menos. Fue en las divisiones inferiores de Universidad de Chile, donde ambos empezaron a construir
sus sueños de futbolistas junto a otros próceres como el Lulo Socías y Arturo Salah.
Se hicieron amigos inseparables, aunque al poco tiempo el Negro Pinto se fue del club. Se volvieron
a encontrar en las selecciones menores, a fines de los noventa, aunque siempre se mantuvieron en contacto. Pero fue este año,
cuando Pinto llegó a la banca del plantel estelar de la "U", que decidieron hacerse cargo de un proyecto siempre postergado.
"Aunque nunca nos planteamos con firmeza la idea de trabajar juntos, siempre le dimos vuelta al tema", dice el Negro, mirando
de reojo al Flaco Bigorra, mientas éste fuma su primer cigarrillo del día.
-Héctor, ¿por qué se demoró tanto en dirigir a un equipo profesional después de ese par
de años en Unión Española, en la década del 80?
-Siempre pensé más en mi hijos que en mí. Dirigir un equipo profesional es demoledor; trabajas
de domingo a domingo y no quería alejarme de ellos en una edad difícil para los chicos. Me postergué hasta que al final, cuando
surgió la oferta de la "U", Maureen, mi mujer, me dio el empujoncito que faltaba. Ya estábamos los dos solos.
Bigorra lo escucha hablar, se ríe y mueve la cabeza. Sabe que el tema familiar siempre fue crucial
en la vida de Pinto. Claro, si lo conoce como si fueran la misma persona. Pareciera que cuando uno habla, el otro ya sabe
la frase que viene a continuación.
La charla se lleva a cabo en la oficina del cuerpo técnico en el Caracol Azul. En una de las paredes
cuelga una pizarra con la planificación de todo el año, en un rincón hay un un televisor pequeño, encima unas cuantas cintas
de video con partidos del torneo local y finalmente una ruma de papeles repartidos sobre una mesa redonda. "Aquí se empezó
a fabricar el campeón", balbucea un funcionario que entra y sale de la habitación. Pinto y Bigorra tratan de guardar la compostura,
pese al momento de excitación que se vive en la "U". A pocas horas de la gran final de esta tarde contra Cobreloa, no quieren
transmitir mensajes extraños a sus jugadores. "En todo caso, el que no tenga ansiedad o no sienta el sudor en las manos, no
siente el fútbol", propone Bigorra, dejando en claro que la procesión va por dentro.
El Negro y el Flaco saben de lo que hablan. Pertenecieron a aquella generación de jugadores de
la "U" que nunca pudo dar una vuelta olímpica. Precisamente en aquellos años setenta comenzó la sequía de títulos que se quebró
en 1994 también en un desierto, en El Salvador.
Segunda oportunidad
"Hubiese sido lindo haber vivido esta experiencia de estar en una final como jugador. Afortunadamente
el fútbol da segundas oportunidades. Más allá de ganarle a Cobreloa, estar acá ya significa mucho. Sería como cumplir un sueño",
confiesa Pinto, antes de que Bigorra lo interrumpa: "Ganar el título ha sido un sueño prohibido para ambos".
Para Bigorra, una vuelta olímpica esta tarde cerraría dos heridas de una sola vez: el campeonato
que perdió a manos de Cobreloa en 1980 y haber empujado a la "U" al descenso, cuando él fue titular en Cobresal en el fatídico
empate contra los azules en 1989. "Ese día me enteré en el camarín que la "U" se iba a Segunda. En la cancha no me di cuenta.
Cuando terminó el partido, yo sentía que era un partido más. Después me vino la amargura porque había jugado mucho tiempo
en el club y ese día me tocó estar en la otra trinchera".
A través de la ventana se puede escuchar el grito de los hinchas. Queda el último peldaño, ganarle
a Cobreloa. Que no es poco, sobre todo porque a mitad de campeonato ambos fueron puestos en tela de juicio por los mismos
hinchas que hoy los aplauden y les piden el título.
"Sobre mi capacidad había muchas dudas. A uno como que lo estigmatizan y a mí todo el mundo me
tildaba como un formador, como un técnico de juveniles. En mi caso y en el de Vladimir, dirigimos en todas la categorías:
fuimos ayudantes de técnicos nacionales en la Copa América y las eliminatorias. Habíamos pasado por todas", esboza Pinto.
El tiempo se acaba. La final con Cobreloa es cuestión de horas. Pinto y Bigorra tendrán que someterse
al examen más duro de sus carreras. Antes de la despedida, el Negro les envía un mensaje a los hinchas: "El apoyo de la gente
fue fundamental en Concepción, lo mismo que en Valparaíso y el primer partido con Cobreloa. Soy un tipo experimentado, pero
se me puso la piel de gallina. Por eso les dije a los jugadores que no podían defraudar a la gente. Queda un partido y sé
que esta vez tampoco estaremos solos".